El Segundo Imperio francés
En este trabajo abordamos las líneas generales de la etapa histórica central del siglo XIX francés, es decir, del Segundo Imperio.
Para entender el sistema político del Segundo Imperio debemos acercarnos a la figura de Luis Napoleón -Napoleón III- que demostró en sus ideas y políticas la contradicción entre unas posturas internacionales claramente contrarias a la obra de la Restauración y la Santa Alianza, defendiendo los movimientos nacionalistas italianos, alemanes y polacos, aunque no dudó en traicionar a los primeros por razones de Estado, y unos planteamientos en política interior de fuerte signo autoritario. Además, se dieron otras contradicciones que se plasmaron en la evolución política del Segundo Imperio. Algunos historiadores dividen su historia en dos: en una primera etapa el Imperio tendría un carácter claramente autoritario y, a partir de 1859, el signo político sería más liberal, aunque, para otros historiadores solamente sería liberal muy al final. Lo que sí parece claro es que se trató de un personaje que cambió sus políticas con cierta frecuencia, titubeante y que se caracterizó por tres aspectos: su autoridad nació de la usurpación, siguió una política exterior de prestigio y, por último, siempre fue receloso de las asambleas y parlamentos, buscando más la vía populista del plebiscito. En todo caso, se trata de una figura clave para en la historia de Francia y de Europa en las décadas centrales del siglo XIX hasta 1870.
En relación con el sistema político hay que señalar que en su cúspide estaba el emperador, que acumulaba el poder ejecutivo, militar, diplomático, tenía iniciativa única en las leyes, potestad para poder declarar el estado de sitio, y capacidad para promover enmiendas en la Constitución. El gobierno estaba controlado por el emperador que era quien, realmente, tomaba las decisiones.
Existía un Consejo de Estado, cuyos miembros eran nombrados y revocados por el emperador. Este organismo tendría funciones de intermediario entre el emperador y el parlamento. Curiosamente, en ocasiones, el Consejo tuvo criterio propio frente al emperador. El poder legislativo era bicameral. El Senado estaba formado por miembros por derecho propio: altas dignidades de la Iglesia, mariscales, príncipes, y el resto eran nombrados, con carácter vitalicio, por el emperador, quien tenía la potestad de aumentar el número de senadores para poder controlar alguna posible votación independiente. El Cuerpo Legislativo era la cámara baja y era elegida por sufragio universal, aunque por sus funciones y funcionamiento supuso una clara anulación de la voluntad ciudadana. Su papel fue siempre secundario; estaba formado por muy pocos parlamentarios, la prensa no podía informar de sus deliberaciones, y solamente podía controlar el presupuesto, que había de aprobar o rechazar en bloque sin posibilidad de discutir cada punto o partida, ni poder introducir cambios o enmiendas. La docilidad de los diputados fue la característica fundamental de esta cámara.
El sistema reconocía el plebiscito, es decir la posibilidad que tenía el emperador de consultar al pueblo sobre grandes decisiones. Junto con el sufragio universal eran las bazas que el emperador presentaba para justificar la existencia de democracia en el Imperio, a pesar del inmenso poder que concentraba, que los elegidos por sufragio no tenían, como hemos visto, ningún poder y que los que no aparecían en las candidaturas oficiales no tenían casi ninguna posibilidad de ser elegidos.
El Imperio se asentaba sobre medidas de fuerza. En la cárcel o en el exilio se encontraba la mayor parte de los revolucionarios del 48. El control sobre la prensa y de la universidad, posibles focos de crítica u oposición, fue objetivo prioritario de las autoridades. La represión se intensificó a partir del atentado de Orsini en enero de 1858, cuando arrojó una bomba al paso de la carroza real. En ese momento se aprobó la ley general de seguridad y se suprimieron la mayor parte de los periódicos. Pero al año siguiente, se produjo un giro en la política interior en un signo liberalizador: se decreta una amnistía. Por eso, algunos historiadores hablan del año 1859 como el momento en que se produjo la transformación del imperio autoritario en otro liberal. En los años sesenta se afianzaron algunas medidas de mayor signo liberal. Este cambio pudo deberse a una conjunción de causas: una nueva generación, la enfermedad del emperador, la crisis económica, el fracaso de la expedición a México y el descontento de la opinión pública católica frente al apoyo de Napoleón a los nacionalistas italianos, enfrentados con el Papa. La opción liberal era un intento de apaciguar el descontento pero, señalaba, realmente, el creciente deterioro del sistema político del Segundo Imperio. Poco a poco, además, en las elecciones, la presencia de opciones políticas críticas republicanas fue siendo mayor.
La política exterior de Napoleón III se caracterizó por dos líneas fundamentales. En primer lugar, estaría el intervencionismo en casi todos los conflictos como un medio de engrandecer el prestigio de Francia. Pero, además, Napoleón III intervino en la defensa de los movimientos nacionalistas y liberales contra la obra de la Restauración, demostrando un mayor progresismo que en su política interior. La contrapartida de su intensa política intervencionista fue que contribuyó al desgaste del Imperio y caída del emperador.
La búsqueda de la grandeza impulsó al Segundo Imperio a protagonizar expediciones y empresas coloniales, especialmente, en África. Se conquista el Senegal y se avanza en la conquista interior de Argelia. En el Extremo Oriente comienza la penetración en China y en el Sudeste Asiático. En esa misma línea se apoyó la construcción del Canal de Suez, obra del ingeniero francés Lesseps.
En América se interviene en México donde se impone al príncipe Maximiliano de Habsburgo como emperador después de la expedición con Inglaterra y España para obligar a Benito Juárez a pagar la deuda contraída con los tres países europeos.
Napoleón III ntervino en la guerra de Crimea (1854-1856), junto con Inglaterra y Turquía contra Rusia. Después, se enfrentará, en 1859, al Imperio austro-húngaro en apoyo de Cavour y del Piamonte, aunque no dudó en abandonarlos pactando con Viena.
Toda esta intensa política internacional provocó el aislamiento de Napoleón III, aspecto que fue aprovechado por Bismarck en su interés por unificar Alemania. En la guerra franco-prusiana en 1870, desencadenada por el problema de la candidatura al trono español vacante, Francia no consiguió el apoyo de ninguna potencia y su derrota provocó el fin del Imperio y la caída de Napoleón III.
Durante el Segundo Imperio comenzó el desarrollo económico francés. En principio, la coyuntura económica internacional era favorable para la expansión francesa cuando comenzó a gobernar Napoleón III: aumento de la masa monetaria internacional por la fiebre del oro californiana y precios altos de los productos agrícolas, algo muy importante para la potente agricultura del país. Aumentó la producción y los beneficios en todos los sectores económicos y se crearon grandes capitales que hicieron de Francia una exportadora de fondos hacia otros países. Fue la época de la banca de los Pereire y de los Rotschild. Otro aspecto importante de la época fue la expansión del ferrocarril. En la industria, despegaron los sectores algodonero y sedero.
En esta época París se convirtió en la gran capital europea gracias al apoyo de Napoleón al barón Haussman, superintendente de la ciudad, y que la transformaría profundamente: demolición de los viejos barrios, diseño de bulevares anchos, los Campos Elíseos, parques (Bois de Bologne), suministro de agua potable, construcción de estaciones de ferrocarril, etc.. Esta fuerte inversión en obras públicas y en la transformación de París obedecía a varias razones, tanto económicas como políticas. Las obras públicas permitían luchar contra el paro e inyectaron dinero en la economía; además, se intentaba dar una solución al aumento demográfico de la ciudad y responder a las necesidades del transporte ferroviario. Pero, además, la creación de grandes calles, avenidas y espacios públicos permitía mantener mejor el orden público frente a las estrechas calles donde era fácil levantar barricadas y obstaculizar la labor de las fuerzas del orden, como se había comprobado en las revoluciones anteriores. Por fin, París tenía que ser mejor que Londres, dentro de la política de emulación y prestigio internacional emprendida por el emperador. Pero no cabe duda de que el Segundo Imperio olvidó la atención social de los habitantes desfavorecidos. El estallido de la Comuna demostró esta contradicción de una política de engrandecimiento, pero sin una preocupación clara y eficaz por los problemas sociales.